Trump desafía el orden global y
desata una crisis que le obliga a rectificar en apenas una semana
La Casa Blanca se tambalea tras la llegada de Donald
Trump.
En lugar de
reforzar el liderazgo estadounidense a través del multilateralismo y la
cooperación –como hicieran sus predecesores desde Bretton Woods hasta la OMC–, Trump
ha optado por la vía del liderazgo hegemónico (POR LA FUERZA).
Durante cinco días de abril, el
mundo económico vivió un terremoto provocado no por una crisis financiera, una
guerra o un colapso bancario, sino por una cartulina sostenida por el
presidente de Estados Unidos. Donald Trump, con su ya clásico estilo performativo y su
retórica de ruptura, desencadenó una crisis de confianza global al anunciar una
nueva ronda de aranceles –erráticos, repentinos y sin un diseño
claro– contra China. Cinco días después, y con los mercados en pánico, la
Casa Blanca daba marcha atrás. Pero el daño estaba hecho.
Lo que ocurrió en ese breve lapso de tiempo no fue una simple anécdota más
en la caótica presidencia de Trump. Fue la expresión más descarnada del desafío
que plantea su administración al orden económico global construido tras la
Segunda Guerra Mundial. En lugar de reforzar el liderazgo estadounidense a
través del multilateralismo y la cooperación –como hicieran sus predecesores
desde Bretton Woods hasta la Organización Mundial del Comercio (OMC)–, Trump ha
optado por la vía del liderazgo
hegemónico: imponer, no negociar; castigar, no persuadir. Mal
asunto.
Esta elección no es casual. Como bien explicaba Charles P. Kindleberger, cuando una potencia hegemónica
comienza a percibir que el coste de mantener el orden global supera los
beneficios que de él obtiene, se enfrenta a un dilema: colaborar con otras
potencias para mantener la estabilidad, o recurrir a la coerción para tratar
de recuperar el poder perdido. Trump ha elegido lo segundo. Y su
instrumento predilecto son los dichosos aranceles.
“Los aranceles son propios de un
Rey Sol que humilla o premia a sus súbditos”, sostiene el catedrático Antón
Costas en un interesante artículo que publica este sábado en El País.
En efecto, la lógica
que subyace a la política comercial de Trump no es económica sino política.
Se basa en una concepción feudal
del poder: cada país debe acudir por separado a rendir pleitesía a Washington,
negociar su salvación o su castigo, y agradecer cualquier concesión. Como
señala Michel Barnier, conocido por ser el negociador europeo del Brexit, “Trump querría hacer tratos por
separado con cada país de la UE, dividir para reinar”
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